Repicaban las once en el reloj cuando Nate se despertó sobresaltado. No recordaba haberse quedado dormido, y mucho menos que se hubiera hecho de noche. Cuatro hormigas campaban a sus anchas por su plato aún sucio con raspas de pescado podrido, y el hielo hacía ya demasiadas horas que había naufragado en el mar de ginebra de su vaso roto.
La habitación del hotel apestaba a sudor ajeno. Nate miró por la ventana. No habría podido explicar con claridad el por qué de su viaje, forjado a base de razones confusas y fortuitas. Pero sí podía afirmar cual iba a ser el fin de los acontecimientos.
Rebuscó en el bolsillo de su vieja cazadora militar. Por fortuna aún le quedaban dos cigarros. Solo un loco habría bajado a la calle bajo aquella lluvia torrencial. Solo un loco... o tal vez Nate. [...]
Rebuscó en el bolsillo de su vieja cazadora militar. Por fortuna aún le quedaban dos cigarros. Solo un loco habría bajado a la calle bajo aquella lluvia torrencial. Solo un loco... o tal vez Nate. [...]
Si cierras los ojos puedes incluso hasta oler la habitación, y oir el chocque metálico de la lluvia en las ventanas.
ResponderEliminarNo se que comentar a esto, pero yo te comento...
ResponderEliminar