La calidez del agua rozaba los poros de la curtida piel que recubría su espalda, haciendo sinuosas curvas al tratar de esquivar las bellas imperfecciones que atestiguaban que la vida no regala sin cobrar. De cálido a caliente, de caliente a abrasador. La piel se deshacía a jirones, como los hilos que se escapan de las gasas que cubren las heridas rezumantes de los soldados en la guerra. ¿En cuál guerra? Él tenía su propia guerra interior, pero no necesitaba gasas. Quería mostrar al mundo sus heridas para evidenciar su mediocridad. De abrasador a hiriente; una, dos, tres y doscientas veintiocho mil gotas más taladrando la epidermis del chico que no quería despertar. Abrir los ojos para encontrar lo que ya sabes, es para infelices y cobardes. Y él era el más infeliz, pero jamás el más cobarde. Nadie más se atrevería a hacer llorar, a derrumbar sin edificar, a dar la mano y soltarla cuando pasa el tren que arrolla la cordura mutilando a la bondad. Un chorro de ideas descabelladas acarició su pelo, y sacudió su cuerpo al imaginar el adictivo placer de las cosas que están al alcance de la mano. Y si alguien muere, qué más da. El agua recorría su pecho, mientras su cara dejaba escapar de la cárcel de la ética, una sonrisa de perversa felicidad.
martes, 28 de junio de 2011
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Noches, de colores, de secretos, en los baños, apareces, puntual, en la mía mira... reputada discoteca clandestina...
ResponderEliminarActualizacionesss! esta entrada mola pero queremos nuevas!
ResponderEliminarme encanta!
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